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Otras experiencias: L'Olivera, una cooperativa en el mundo rural
El nombre de L'Olivera (el olivo) hace referencia a un árbol de crecimiento lento, que acaba enraizando profundo y puede llegar a ser centenario. Hace casi 40 años, un grupo de tres jóvenes con un padre escolapio de ideas avanzadas, se instaló en este pequeño pueblo rural para crear una experiencia alternativa, socializadora, cargada de utopía. Buscando fórmulas de vida y trabajo "humanizantes" e integradoras, opuestas al desarrollo urbano e industrial de aquella época.
Por su parte, desde el año 2010, desarrollan un segundo proyecto en el Parque Natural de Collserola de la ciudad de Barcelona (en la llamada "agricultura periurbana"), con jóvenes con dificultades y gestionando la viña de la ciudad y elaborando su vino institucional.
Los ejes del proyecto
L'Olivera la concebimos como una cooperativa que desde el mundo rural y periurbano quiere crear una organización viva y viable que integre tres ejes de funcionamiento, tres voluntades interrelacionadas.
- Inclusión Social: Nacimos y trabajamos para crear un espacio que integre personas "frágiles" de nuestra sociedad, especialmente con discapacidad psíquica y/o mental, donde a partir del trabajo y la vida colectiva cada uno pueda progresar a su ritmo como persona.
- Actividad económica basada en el Valor Añadido: creando en nuestro entorno agrario una experiencia de futuro y elaborar productos de calidad que den valor a toda la cadena de producción: tierra, productores, consumidores.
- Gestión Cooperativa: nuestro paraguas y motor de funcionamiento es el modelo cooperativo con todo el carácter y potencialidades que presenta. Nos adherimos al cooperativismo de trabajo asociado en el marco de una actividad agraria.
Entrevista con Carlos de Ahumada Batlle, presidente durante más de 30 años y actualmente apoderado y director.
Nuestro objetivo es combinar producción alimentaria e inclusión social.
- Carlos, ¿cuándo te incorporas al proyecto de L'Olivera? Y, ¿en qué circunstancias?
Mi relación con Vallbona comienza a principios de los años 70, cuando diferentes jóvenes universitarios veníamos a menudo al pueblo, y donde el monasterio femenino representaba un espacio de apertura y experiencias innovadoras. Acabé los estudios de Ingenieria Industrial en Barcelona y conocí de primera mano el mundo de la fábrica y el mundo del proletariado, y de la marginación y de la inmigración, compartiendo barriada, suburbios y trabajos varios de peonaje. Más tarde viví en Argelia, en el desierto del Sahara durante un año, y al volver decidí instalarme, el año 79, en Vallbona con otro compañero y dedicarnos a la agricultura como jornaleros.
Poco a poco me fui implicando en L'Olivera, que había nacido unos años antes, y acabé formando parte plena del proyecto a principios de los 80. Desde L'Olivera intentaba hacer posible algunos valores que inspiraban mi manera de entender la vida y que coincidían a menudo con los del grupo inicial: trabajo agrícola, un proyecto colectivo, la inclusión social entendiendo que todos tenemos capacidades que aportar, una visión positiva y de futuro para un mundo rural de secano y difícil...
- Hoy en día, ¿cuál es vuestra situación? ¿cómo os ha afectado la pandemia? ¿os habéis tenido que reinventar?
Hoy en día somos una experiencia singular, con ámbitos de actuación diversa: producción agroalimentaria de alto valor añadido (vinos y aceites), gestión de actividades enoturísticas y de restauración, inclusión social en el trabajo y en la vida personal, formación en diferentes ámbitos. Somos un proyecto numeroso, con alrededor de 60 trabajadores, de los cuales 20 integrados en dos Centros Especiales de Empleo, con elevada presencia femenina y un grupo de jóvenes (la "segunda generación") motivado para tirar adelante el proyecto.
La pandemia nos ha obligado combinar el ajuste de la dedicación (a través de un ERTE) con la continuidad del trabajo productivo y el incremento de la dedicación en el apoyo a personas vulnerables. Hemos tenido que cambiar dinámicas de trabajo para seguir vivos, pero hemos cerrado el año con un ligero incremento de ventas porque la pandemia ha incrementado la sensibilidad de la ciudadanía con proyectos como el nuestro. Hemos visto como la pandemia ha cambiado hábitos de compra y mucha gente experimenta que el consumo es también una experiencia de ciudadanía: eligiendo determinados productos estamos apoyando un modelo económico, territorial y social determinado. Además, estamos completando una nueva estrategia digital, pues la venta on-line está creciendo mucho.
Nosotros decimos que los valores sociales y ambientales del proyecto vienen después de la calidad objetiva del alimento, y por eso en nuestras etiquetas y presentaciones no comunicamos explícitamente que somos un proyecto social. Preferimos que el consumidor lo descubra después de haberle sorprendido al degustar alguno de nuestros vinos o aceites.
- Como cooperativa, ¿conocéis MONDRAGON? ¿Qué os sugiere la Experiencia de MONDRAGON?
La Experiencia de MONDRAGON nos parece admirable y sugerente, y demuestra como el modelo cooperativo en determinados contextos territoriales está siendo una alternativa real de desarrollo económico y social.
Sí, conocemos MONDRAGON. Yo participé en el Consejo Rector de la Federación de Cooperativas de Trabajo de Catalunya y visitamos la Corporación, y he asistido a conferencias y debates con miembros de MONDRAGON. Nosotros también nos hemos nutrido de la experiencia vasca, dado que en el impulso y crecimiento que experimentamos a partir del 2006-2008, estuvimos acompañados por Alfonso Vázquez y el grupo de Hobest, y en nuestros diferentes Marcos Estratégicos todavía lo estamos. En este sentido, este intercambio nos anima a formar parte de este tejido mundial que forma el modelo cooperativo en diferentes entornos y territorios, y que configura una economía real al servicio de las personas.