Las falsas promesas de los magnates de la IA

Las falsas promesas de los magnates de la IA

Ramon López de Mántaras (*), Instituto de Investigación en Inteligencia Artificial, CSIC
El auge de la inteligencia artificial va acompañado de una narrativa mesiánica promovida por los líderes de las grandes plataformas tecnológicas de Estados Unidos. Estos magnates sostienen que la solución de los principales problemas a los que se enfrenta la humanidad, y muy en particular el calentamiento global, depende únicamente de la tecnología y en particular de la inteligencia artificial.
06/02/2025

Como botón de muestra tenemos las declaraciones del anterior presidente ejecutivo de Google, Eric Schmidt, en una cumbre sobre IA en Washington DC a primeros de octubre de 2024. Schmidt afirmó que ha llegado el momento de invertir plenamente en inteligencia artificial, ya que, según él, el problema del cambio climático es demasiado complejo para que lo resolvamos las personas y poner la inteligencia artificial a trabajar en ese problema es nuestra mejor oportunidad para solucionarlo.

La tecnología, lejos de ser una solución mágica, debe estar al servicio del bienestar colectivo y no de la acumulación desmedida de riqueza en manos de unos pocos

Sin embargo, esta narrativa omite un problema estructural subyacente: la depredación ecológica provocada por las políticas económicas neoliberales. En lugar de cuestionar este modelo económico, la solución que proponen los líderes tecnológicos es una aceleración tecnológica sin freno. Y es que, como dice el filósofo Michel Nieva en su libro Ciencia ficción capitalista, resulta más fácil imaginar el fin del mundo que el fin del capitalismo.

No soy en absoluto tecnófobo, pero estoy convencido que el delirio tecnosolucionista es profundamente contradictorio. Mientras estos magnates promueven más y más tecnología como única solución, la realidad es que precisamente el uso extensivo de la tecnología es lo que contribuye en gran medida al calentamiento global y al deterioro del medio ambiente. Tesla, por ejemplo, vende la idea de vehículos sin emisiones, pero la producción de sus baterías requiere una explotación insostenible del litio y tierras raras. La misma lógica se aplica a la inteligencia artificial, cuyo consumo energético tiene un impacto insostenible en el medioambiente.

Su narrativa mesiánica presenta a estos magnates como visionarios preocupados por el bien de la humanidad, pero la realidad demuestra todo lo contrario. Además de agravar el problema del calentamiento global, estos visionarios controlan las plataformas digitales que fomentan las falsedades, el odio, el negacionismo y la polarización, al haber renunciado, como hemos visto recientemente, al “fact checking” (verificación de hechos) y a la moderación de contenidos en X, Facebook, o Instagram, alimentando, de paso, las ideologías de extrema derecha en todo el mundo.

En la reducción de la desigualdad lo más importantes es promover modelos empresariales mucho más justos que reduzcan la desigualdad, como por ejemplo el modelo cooperativo

En este contexto, la inteligencia artificial se desarrolla con un propósito central: maximizar las ganancias de las grandes corporaciones tecnológicas. Ello incrementa la desigualdad pues implica la precarización del trabajo, la automatización de empleos y la obsolescencia de muchas profesiones. No es casualidad que los líderes que impulsan la inteligencia artificial sean afines a corrientes políticas tecnofascistas, como las del binomio Trump-Musk, que consideran que la democracia es un estorbo para sus ambiciones de poder e imaginan un futuro donde el Estado pueda ser administrado autoritariamente con la ayuda de máquinas "inteligentes" reduciendo, de paso, considerablemente la necesidad de empleados. No es casual pues que el presidente, y delincuente convicto, Donald Trump haya puesto a Elon Musk al mando de la Agencia de Eficiencia Gubernamental (DOGE en sus siglas en inglés) con el objetivo de impulsar reformas estructurales a gran escala que conduzcan a gobernar los Estados Unidos con criterios puramente empresariales y no democráticos. Esta élite empresarial que ha llegado al poder considera que el país iría mejor si el Estado funcionase como una empresa. Quizá deberíamos preguntarnos: ¿Mejor para quién?

El delirio tecnosolucionista es profundamente contradictorio. Mientras los magnates promueven más y más tecnología como única solución, la realidad es que precisamente el uso extensivo de la tecnología es lo que contribuye en gran medida al calentamiento global y al deterioro del medio ambiente

Tecnología y sociedad

Ante este desolador panorama, es crucial replantear la relación entre tecnología y sociedad. Es verdaderamente preocupante que las grandes tecnológicas hayan logrado imponer la ideología del determinismo tecnológico consistente en que únicamente mediante la tecnología solucionaremos los grandes problemas de la humanidad y en particular los que la propia tecnología provoca. Sin embargo, esto no es cierto. Podemos, y debemos, cuestionar el modelo actual explorando soluciones no tecnológicas que no se basen en la depredación del planeta ni en la explotación y alienación de sus habitantes. Es urgente pensar alternativas en una era de dominio absoluto del capitalismo tecno-liberal. 

La alternativa más interesante consiste en frenar el crecimiento y ello requiere reducir la desigualdad. En efecto, Richard Wilkinson y Kate Pickett en su artículo Why the world cannot afford the rich (Por qué el mundo no puede permitirse a los ricos), publicado en Nature el 12 de marzo de 2024, demuestran que la percepción de un vínculo entre la riqueza y la autoestima impulsa a las personas a comprar bienes asociados con un alto estatus social para mejorar su imagen ante los demás. Este argumento no es nuevo ya que, como recuerdan Wilkinson y Pickett, en 1899 el economista estadounidense Thorstein Veblen lo expuso en su libro La teoría de la clase ociosa.

Al analizar países ricos y desarrollados, Wilkinson y Pickett también encontraron una fuerte correlación entre la igualdad y un índice basado en indicadores ambientales tales como la contaminación del aire, el reciclaje de materiales, las emisiones de carbono del sector de población más rico y el progreso hacia el cumplimiento de los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) de la ONU. Los resultados demuestran que cuanta más desigualdad más contaminación, menos reciclaje, más emisiones del sector más rico de la sociedad y peor cumplimiento de los ODS.

Reducción de la desigualdad

Reducir la desigualdad es pues esencial para abordar las crisis ambientales, de salud y sociales. Los gobiernos deben tomar medidas rápidamente para revertir la concentración extrema de ingresos. La más obvia sería aumentar considerablemente los impuestos a los más ricos. Wilkinson y Pickett remarcan que, según los datos del Fisco estadounidense, entre 2014 y 2018, las 25 personas más ricas pagaron únicamente un 3,4% en impuestos federales. Otra medida podría ser un impuesto al consumo excesivo y políticas que limiten la publicidad que fomenta el consumismo. Pero lo más importantes es promover modelos empresariales mucho más justos que reduzcan la desigualdad, como por ejemplo el modelo cooperativo. Un muy buen ejemplo es la Corporación MONDRAGON, que se destaca por tener un abanico salarial de 9 a 1 entre el salario más alto y el más bajo, lo cual contrasta con el exorbitado abanico de 268 a 1 entre la media de ingresos más altos y más bajos en 2023 de las empresas que cotizan en el índice bursátil S&P 500, según datos de la federación de sindicatos de Estados Unidos AFL-CIO. En España la situación no es mucho mejor ya que, según El Economista, la ratio entre la media de ingresos más altos y más bajos en las empresas que cotizan en el IBEX35 en 2022 fue superior a 100. El modelo del grupo MONDRAGON no solo promueve una distribución más equitativa de los ingresos, sino que también es reconocido por su ética empresarial y sostenibilidad. En 2020, MONDRAGON fue incluido en la lista Change the World de la revista Fortune, destacándose por sus estrategias con impacto positivo a nivel global.

Si queremos construir un futuro sostenible y equitativo, es imprescindible abandonar la falsa promesa del tecnosolucionismo y replantear nuestras prioridades. La tecnología, lejos de ser una solución mágica, debe estar al servicio del bienestar colectivo y no de la acumulación desmedida de riqueza en manos de unos pocos. El verdadero progreso no radica en un crecimiento sin freno, sino en la creación de un modelo económico y social que ponga en el centro la justicia, la sostenibilidad y la dignidad humana. Solo así podremos desafiar la lógica depredadora del capitalismo tecno-neoliberal y construir un mundo en el que la tecnología sea una herramienta de transformación positiva, en lugar de un instrumento de dominación y desigualdad.

(*) Ramón es “graduado” de la Escuela Politécnica Superior de Mondragon Unibertsitatea, doctorado en Toulouse, y doctor en Informática por la UPC (Universitat Politècnica de Catalunya). Máster en Informática por la Universidad de California-Berkeley, trabajó en Ikerlan, ha sido profesor de Informática en la UPC, director del centro del CSIC para la IA, y Premio Nacional de Investigación en Matemáticas y TIC. Recientemente ha publicado el libro "100 cosas que hay que saber sobre la IA (Editorial Lectio)".

Fuente: Artículo publicado en La Vanguardia, el 3 de febrero de 2025