“La justicia climática y social son urgentes ahora”
Emmanuel Faber (Grenoble, 1964) es un dirigente empresarial atípico en tiempos extraordinarios y en un sector que en estos momentos, con miles de millones de humanos confinados y la economía paralizada, desempeña un papel clave. La multinacional que él lidera, Danone, con 100.000 empleados en más de 120 países, se ha visto forzada adaptarse, como otros grupos agroalimentarios, para mantener llenos los estantes de los supermercados. “Hay una mayor demanda de nuestros productos con una capacidad para proveerlos que sigue siendo alta pero que está bajo tensión”, dice en una entrevista telefónica con EL PAÍS. Más allá de la coyuntura de estos días y de los desafíos que afronta su empresa, Faber está convencido de que la crisis del coronavirus supone “un giro hacia otra forma de mundialización y, muy probablemente, otro modo de vida”.
No es habitual escuchar este tipo de reflexiones de un consejero delegado al frente de un grupo como Danone, ejemplo de multinacional que vive en la globalización y prospera en ella. Pero en boca de Faber no son novedosas. El discurso ecológico y social es marca de la casa desde hace tiempo. “La idea misma de que la empresa esté hecha para maximizar el valor de los accionistas es una herejía. Las finanzas están ahí para servir a la economía que está ahí para servir a los humanos, como usted y yo. No al contrario”, decía en una entrevista hace un año. “Que no me digan que la economía de mercado ha funcionado”, añadió. Hoy, con el mundo al borde de una recesión colosal, sus palabras no han variado, pero adquieren un tono de urgencia.
“Hay quien dice que lo que ahora ocurre no es en modo alguno una consecuencia de la mundialización. Pero pienso que es consecuencia de no haber tenido en cuenta desde hace cien años, en la manera de desarrollarnos, un factor esencial: nuestra relación con la naturaleza. Se la ha considerado como un recurso y nada más, cuando es mucho más que esto: es el fundamento de nuestra capacidad para vivir, desarrollarnos y ser resilientes", argumenta. Y apunta a “la pérdida de biodiversidad, la urbanización y la agricultura intensiva que han aproximado a especies y ecosistemas salvajes de nuestros hábitats”, cercanía que ha acabado facilitado el trasvase a los humanos de virus como el SARS-Cov-2, causante de la enfermedad Covid-19.
Nuevos formatos
Para el sector agroalimentario, el virus tiene un efecto más inmediato y tangible. El hoy y el aquí de unas empresas y trabajadores que, en situación de riesgo, deben seguir produciendo y distribuyendo mientras se reorganizan. “Los restaurantes, las escuelas, las cantinas de empresas están cerrados. Los formatos, recetas, productos no son los mismos", explica Faber. “En todos los países, la entrada en el confinamiento, a partir del cierre de las escuelas, se tradujo por una fuerte constitución de stocks por los consumidores, que duró más o menos una semana. Después llegó la digestión de estos stocks, si puede decirse así, y el comercio reculó durante una semana. Y, después, el ritmo de nuevo sistema se puso en marcha”. Para Danone, “la dificultad de estos efectos de acordeón en la cadena es que hoy [los] pequeños formatos en el agua casi ya no funcionan”, dice su presidente y director general. Se trata de los formatos que se consumen fuera del domicilio, en estaciones de tren o aeropuertos por ejemplo. “Como resultado, tendremos que adaptar nuestras líneas de producción para ofrecer más grandes formatos”. Estos formatos consisten en packs de agua o yogures destinados al consumo en el hogar y en venta en supermercados o por comercio electrónico. En el primer trimestre del año, las ventas de Danone crecieron más de lo esperado, un 3,7%, según anunció Faber esta esta semana, pero la incertidumbre ha llevado al grupo ha retirar la previsiones para el resto del año.
Porque, al mismo tiempo, aumenta la demanda para la alimentación a domicilio y la alimentación médica, uno de los pilares de Danone. Toda la dificultad consiste en responder a la mayor demanda para la alimentación a domicilio y garantizar que llegue al consumidor mientras en las fábricas se mantiene la distancia social y se protege la salud de los trabajadores. Faber explica que Danone ha garantizado empleo y sueldo para todos sus empleados mundiales hasta el 30 de junio. Además, quienes están en el ‘frente’ -es decir, no teletrabajando: unos dos tercios de asalariados que trabajan en la agricultura, las fábricas, las bases logísticas, o vendiendo sobre el terreno- recibirán una prima (1.000 euros en Francia; 500 en España, donde, como otras empresas del sector que por ahora no han salido maltrechas de la crisis, Danone ha anunciado un plan de ayuda social con el donativo de un millón de yogures mensuales entre otras medidas). Otras medida es la movilización de 250 millones de euros de apoyo a la tesorería de 15.000 pequeñas empresas con las que trabaja el gigante alimentario de los productos lácteos, las aguas embotelladas y la nutrición infantil y médica.
Fundada en 1919 en Barcelona por Isaac Carasso, un sefardí de Salónica, Danone se fusionó en 1973 con el fabricante de envases BSN, dirigido por Antoine Riboud, considerado en Francia como uno de los precursores del capitalismo con rostro social. Danone tiene hoy 2.000 empleados en España. Faber habla desde su confinamiento en su domicilio en el norte de París, del que solo ha salido esporádicamente. Ha visitado, por ejemplo, una fábrica de alimentación infantil y un ganadero en Alta Normandía que produce leche para Danone. “Quería ver con mis propios ojos las condiciones de trabajo y de seguridad de los asalariados y también de la complejidad, para ellos, de responder a nuestra misión de mantener los suministros alimentarios”, declara.
Los cierres de fronteras decretadas en marzo, cuando la pandemia golpeó Europa, tiene un impacto. "En los grandes países europeos, el sector alimentario ha sabido adaptarse por ahora para mantener la producción", dice Faber. E insiste en uno de los principios que ya proclamaba antes de esta crisis: el carácter local de la producción pese a tratarse de una empresa global. "El 95% de lo que producimos se consume en los países en los que se produce", afirma. "Esta crisis, no solo durante la fase de confinamiento sino más allá, acentuará este fenómeno de relocalización de la agricultura y la alimentación", defiende. Pero precisa: "Esto no quiere decir que haya que cerrar las fronteras. Las fronteras deben seguir abiertas. Como mínimo, en el interior de Europa. Y sin duda más allá. La industria agroalimentaria, por ejemplo, necesita envoltorios: cartón, etiquetas, un montón de bienes de equipamiento".
Por eso, Faber insiste en que no cree que el coronavirus termine con la globalización, ni que esto sea deseable, pero sí con la globalización tal como se ha entendido hasta ahora. "Y forzosamente esto se traducirá por una mayor toma de conciencia de la importancia y la urgencia de dos cosas a la vez: la justicia climática por un lado —con la inclusión de la agenda climática en nuestras actividades económicas y sociales— y la justicia social por el otro. No puede haber una sin otra”. Tampoco el capitalismo financiero sin regulación del estado es viable, en su opinión. “Lo vemos en Europa y en otros lugares también: masivamente los estados, los ciudadanos y las misma empresas dan la prioridad a su ecosistema económico y no a los accionistas. Felizmente. Los accionistas solo pueden sacar dividendos y beneficios de una empresa si esta vive y evoluciona en un ecosistema vivo y cumple con su utilidad social”.